Una familia de Moratalaz, un agujero negro y todo el tiempo del mundo para viajar por él. Todo empezó, como casi siempre ocurre, un día normal y corriente. Habíamos ido al hiper de mi barrio a comprar unas bicis. Mi padre, mis dos hermanos y mi vecina Mari Carmen con su hija María. Seis Kawasakis 3 W2, preciosas, rojas, relucientes. Estábamos en mitad del parking, subidos en nuestras bicis, preparados para pedalear, cuando de repente ocurrió: un ruido en el cielo, un tremendo resplandor blanco, un rayo que cae y de pronto... estábamos en el Black Rock. En el corazón del salvaje oeste. La aventura acababa de comenzar.
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