A Vicente Martín, que es nuevo en el colegio La Mansión Araiz (Escuela Mixta), todo lo de allí le parece patético y ridículo, desde la señorita Encarnita hasta sus compañeros, a los que considera cursis y tremendamente aburridos. La señorita lo sienta al lado de Javier Pastor, el niño que peor escribe del mundo. Martín pronto comprueba que su compañero tiene una caligrafía garrafal y, a pesar de que no es su estilo, empieza a ayudarle para que la mejore. Además, le regala un manual de supervivencia en el colegio, lo que lleva a Javi Pastor a estarle eternamente agradecido. A cambio de todos esos favores, Martín recibe la medalla al mejor compañero, cosa que no le había sucedido en ninguno de sus colegios anteriores. Al final, Martín hace un descubrimiento: por encima de todo, sus compañeros de curso son buena gente. Y él se siente muy bien, porque se da cuenta de que realmente ha ayudado a Javier

Cuando Anatoli salió hacia el espacio no pensó que se iba a encontrar a Gretzen Grotzen. Ni que de tanto darle palique a nueva amiga se le iba a enfriar la sopa un pelín más de la cuenta. Ni que Olegario Bedemille acabaría haciendo una película de su aventura espacial. Ni mucho menos que tendría un éxito espectacular.

Roald Dahl, todo un maestro de la narración, sorprende al lector por su ingenio y sentido del humor y hace una particular versión de los cuentos clásicos de toda la vida, como: Blancanieves, la Cenicienta, los tres cerditos...

"Este libro es precisamente el de los cuentos del señor Bianchi. Verán que todos son un poquito cortos. Claro, el señor Bianchi tenía que pagar las conferencias de su bolsillo, y por eso no podía hacer llamadas muy largas. Sólo alguna vez, cuando había realizado un buen negocio, se permitía unos minutos más. Me han contado que cuando el señor Bianchi telefoneaba a Varese, las señoritas de la telefónica suspendían todas las llamadas para escuchar sus cuentos".

¿Te imaginas qué ocurriría si una mañana se hiciera de noche? Pues eso ocurrió en tiempos de Maricastañas: que la noche cayó en mitad de la mañana. Así, de sopetón, sin pedir permiso ni avisar. ¡Y es que la noche, a veces, juega unas pasadas!