La princesa no hacía más que bostezar y, como los bostezos son tan contagiosos, todo el palacio andaba con la boca abierta: el rey, la reina, los ministros..., hasta el gato y el perro del jardinero bostezaban. El rey trataba de contentar a su hija con todo lo que tenía a su alcance, pero sus intentos eran inútiles. Un día, mientras paseaba por los jardines, el hijo de un criado de palacio se acercó a la princesa y...
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