Para muchos pueblos, la llegada de los árabes constituyó casi una catástrofe. En efecto, los hijos del desierto se dispersaron por el mundo civilizado con la fuerza de una inundación. Les empujaba a la conquista una fe nueva, el Islam, predicada por Mahoma, un hombre extraordinario que les había sabido proporcionar unidad y orgullo como pueblo. Sin embargo, pasado el primer embite de la inundación, el río se convirtió en un curso tranquilo y fecundo, que hizo florecer una civilización de altísimo nivel cultural.
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