Franz solo enferma cuando menos falta le hace: el día en que su amiga Gabi celebra su cumpleaños, o cuando llega el circo a la ciudad. Y ahora que necesita estar enfermo y que todos en su casa han pillado la gripe, ¡no hay manera! Tendrá que inventar algo. Quizá lo más adecuado sea acatarrarse a base de pimienta.

Celestino vive en una cabaña al lado del río, hace castillos de hielo, abraza a los árboles y duerme bajo las estrellas. Su única compañía es Rosamunda, pequeña como una libélula y casi transparente. Pero un día Celestino está de mal humor y Rosamunda desaparece... Esta historia interpreta la realidad desde una perspectiva fantástica y realiza un análisis social desde la mirada de un personaje incomprendido y solitario.

En una ciudad tranquila donde no soplaba el viento, andaba un chico descalzo desarropado y mugriento. Era trabajador, aplicado, eficiente, limpiaba chimeneas y ayudaba a la gente. Por eso siempre estaba sucio y polvoriento. Al verlo le decían: ¿Cómo estás, Ceniciento?

En un rinconcito de Alcalá de Henares de cuyo nombre quiero acordarme (pero nada, que no hay manera, justo ahora que lo tenía en la punta de la lengua!...) nació Miguel: escritor y aventurero. Aunque perdió el uso de una mano en la batalla de Lepanto, no era manco a la hora de meterse en fregados. Se las vio con piratas berberiscos, copiones y pulgas que picaban horrores. Y entre pitos y flautas se las arregló para escribir, en dos patadas, un libro cuyo nombre recordaría hasta el más despistado: "el Quijote".

Su madre le llama Gorrioncete; su padre, Mozo; la abuela, Rapaz; su hermana mayor le llama Peque; su hermano pequeño, Jefe, y sus amigos, Chachi. La fantasía de Chachi es desbordante, y eso le lleva a inventar las historias más fantásticas que te puedas imaginar, que además cuenta como si le hubieran ocurrido a él. Sus padres y sus abuelos no hacen caso de sus fantasías; sus amigos, sin embargo, le creen a pies juntillas, hasta el día en el que se descubre el pastel.