Akupai, junto con otros temporeros, viajaba desde el ártico hasta el pueblo del protagonista un par de veces al año. La primera, para recolectar granza; y la segunda, una vez secas las raíces, para producir el apreciado tinte rojo. En agradecimiento por acogerlos y darles trabajo, Akupai y sus compañeros venían siempre con regalos para todos los niños del pueblo. Pero con el tiempo el tinte dejó de ser tan valorado y cada vez se vendía menos. Al final acabaron por no volver, ya no había trabajo. Solo Akupai siguió viniendo año tras año, generación tras generación, para traer regalos a todos los niños. Ahora Akupai ya no está y el protagonista tendrá que continuar su obra, su historia.
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