Todos los habitantes del reino del rey Solito se marcharon porque era un reino muy pobre. Para no aburrirse, vivía como si su castillo todavía estuviera habitado, aunque ya no tenía sirvientes. Incluso decretó un día de guerra, en la que él también hacía de enemigo. Además, se inventó una esposa con la que poder mirar las estrellas. Hasta que un día llegó una pastora, Florinda, y le comunicó su deseo y el de otros pastores de regresar al reino, porque los prados y los bosques del reino vecino estaban muy sucios. El rey Solito se alegró mucho. Finalmente, el rey y la pastora se hicieron muy amigos. Decidieron casarse porque vieron que se querían. Con Florinda, el rey Solito tuvo a su lado a la reina que había imaginado.
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